TRAGEDIA EN EL HOMIGUERO

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Finales del mes de julio. El calor sofocante de los últimos días nos ha dado un respiro y, por fin hoy, el descenso de las temperaturas y un suave vientecillo nos han traído una tarde agradable.

Es un placer sentarse a leer un libro en el porche de la casita donde estamos pasando nuestras vacaciones. Al retirar la mirada del libro para pasar página, observo un grupo de hormigas que se han congregado en torno a unas gotas de agua derramadas en el suelo.  

Seguro de sí mismo, este guerrero camina desafiante.

Su presencia no me molesta. Simplemente son otra de las formas de vida con las que compartimos espacio, por lo que, en ningún momento pienso en fumigarlas con un espray de esos que matan todo bicho viviente. Pero algo tendré que hacer, porque van llegando más.

Debo disuadirlas de que el porche no es un buen lugar para incluirlo en su territorio de campeo, entre otras cosas porque, aún sin proponérmelo, las puedo pisar. Así que decido desalojarlas lo más pacíficamente posible valiéndome de una escoba. Dicho y hecho: escoba en mano la arrastro por el suelo unos dos metros, y con ella las hormigas, empujándolas fuera del porche. ¡Misión cumplida! Ahora volverán a su hormiguero, pensé con cierta satisfacción. 

A pesar de haber perdido su pata delantera izquierda, el guerrero de la derecha continuará la lucha hasta el final. En sus genes no existe la rendición.

Pero, para mi sorpresa, tan pronto las hormigas se vieron liberadas de la presión de la escoba, se desató la marabunta. Lejos de abandonar y buscarse otro territorio de campeo, las hormigas desalojadas dieron media vuelta y, de forma alocada y desordenada, se dirigieron a toda velocidad hacia el interior del porche. Se diría que tenían su orgullo herido y, en una carrera suicida, buscaban enfrentarse con el «monstruo» que las había humillado arrastrándolas por el suelo. 

Alarmado por esta reacción, les corté el paso barriéndolas una y otra vez sin contemplaciones. Por fin, las hormigas desisten de su empeño de entrar en el porche. Aun así, me mantengo vigilante por si acaso.

Ahora se mueven nerviosas, como si buscasen al intruso que las ha expulsado de lo que, sin duda, consideran parte de su territorio. Las observo. 

La lucha es encarnizada.

De repente veo que ha cambiado su patrón de comportamiento. Patrullan su territorio y, cuando se encuentran con una compañera, tras un leve contacto de reconocimiento en el que rozan sus antenas, se enfrentan entre sí, en una lucha fratricida de extraordinaria dureza.

Mientras intento comprender qué está pasando, y cuál es el motivo por el que hormigas pertenecientes al mismo hormiguero y, por tanto, hermanas y compañeras se enfrentan entre sí de forma tan feroz, observo las primeras consecuencias de la refriega, pues algunas se mueven mutiladas por el campo de batalla: han perdido antenas o patas y, en algún caso, la cabeza y con ella la vida.

No tardan en aparecer las primeras víctimas en el campo de batalla

Si no fuera por su pequeño tamaño, resultaría casi macabro ver como una de ellas camina fatigosamente arrastrando la cabeza de una compañera, cuyas mandíbulas se cerraron sobre una de sus patas y ya no se volvieron a abrir, aunque le cortaran la cabeza. Afortunadamente, en el hormiguero situado a unos siete metros, reina la paz.

Las hormigas forman sociedades perfectamente estructuradas, donde cada individuo cumple escrupulosamente las funciones propias de su casta. Sigo extrañado y no entiendo aún el motivo exacto por el que las hormigas pasaron, en cuestión de segundos, de compañeras a enemigas irreconciliables.

Este soldado ha perdido una pata y una antena, poca cosa si lo comparamos con lo que ha perdido su oponente…

Las hormigas emiten feromonas con las que marcan el camino para no extraviarse. Las feromonas les sirven para comunicarse y reconocerse por su olor, que comparten todas las compañeras de un mismo hormiguero. Ese olor es el salvoconducto por el que, cada hormiga será reconocida y se le permitirá su acceso al hormiguero. Creo que cuando yo barrí repetidamente aquel grupo de hormigas para expulsarlas del porche, la escoba no solo las arrastró; también les borró su olor identitario, por eso fueron consideradas intrusos por sus compañeras soldado que, en cumplimiento de su rol, no dudaron en combatirlas para salvar el hormiguero.

El regalo de un trozo de manzana, es celebrado y compartido con verdadero deleite por la comunidad. 

Siento haber sido el causante involuntario de esta tragedia en el hormiguero. Los acontecimientos han puesto de manifiesto, una vez más, el delicado equilibrio que rige la Naturaleza y lo importante que es conocerla, amarla y respetarla. 

Por fortuna, la guerra se ha limitado al porche y en el hormiguero sigue reinando la paz.

En un intento de compensar en lo posible mi error, deposité junto al hormiguero unas frutas maduras para que extrajeran el jugo y los azúcares que tanto les gustan a estas hormigas, cuyo nombre científico es Camponotus cruentatus.

 

 

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